martes, 18 de noviembre de 2014

ANIMAL POLÍTICO.

DEMOCRACIA DELIBERADA

DEMÓCRATAS DELIBERADOS

PERFIL Los demócratas deliberados son los integrantes de un grupo de ciudadanos, profesionistas, académicos y activistas de la sociedad civil organizada que utilizan la deliberación abierta para construir posiciones colectivas sobre asuntos públicos específicos. Esta corriente de opinión, deliberadamente de izquierda, ha buscado sistemáticamente transformar la agenda, e influir en la acción política, de las izquierdas partidistas mediante acciones deliberativas y legales. El objetivo ha sido y sigue siendo darles a estos partidos un rumbo más igualitario, más sustentable y más abierto a la sociedad. En este foro los demócratas deliberados reproducen todas sus posiciones colectivas y algunas reflexiones de sus miembros a título personal.
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La Revolución Democrática que no fue

El PRD pasa por una penosa e histórica crisis de legitimidad. Frente a la tragedia de Iguala, muchos problemas del partido se han revelado a sí mismos como congénitos e intolerables. Además, hasta ahora, los esfuerzos del PRD han sido insuficientes para cambiar las instituciones y las políticas públicas del Estado mexicano y hacerlas más justas, más responsivas, más igualitarias. La actual dirigencia del partido, emanada de la corriente Nueva Izquierda, que ha gobernado al partido con una visión idéntica desde 2007, parece no entender la dimensión de la tragedia. Las respuesta han sido pocas y pequeñas, esto ha llevado a varios fundadores del partido a pedir la renuncia de la dirigencia. Es posible que eso contribuya a la solución; sin embargo, creemos que solo hay una salida de fondo en esta crisis: la refundación.
El PRD es el partido con el que tenemos más encuentros que desencuentros en objetivos, prioridades y preocupaciones. Sin embargo, también ha sido el partido que, a lo largo del tiempo, ha sido blanco de muchas de nuestras críticas. Es un partido político del que siempre hemos esperado más que de los otros y con el que hemos sido más exigentes. Esas exigencias y críticas de ayer y hoy, las hemos hecho pensando que las izquierdas deben y pueden ser una opción viable y deseable de gobierno para los mexicanos. Sin embargo, hoy nos damos cuenta que ésta transformación no ha resultado tan obvia como esperábamos. Estas esperanzas, hoy más que nunca, están desfondadas. No vemos señales suficientes que nos indiquen que la transformación pueda ocurrir, las recientes declaraciones de Carlos Navarrete que parece “ni ver ni oir” al resto de los miembros que clamamos por una transformación, lo confirma.
Además de las estrategias electorales que eventualmente desembocaron en la tragedia de Iguala, el PRD también ha permitido la corrupción de dirigentes, funcionarios y militantes. No siempre han transparentado el destino de los recursos públicos y, en el delirio por ganar a toda costa, la dirección del partido ha apoyado a políticos que explícitamente violaron derechos civiles, y dolorosamente hasta de los propios militantes de la izquierda. En general, la corriente hegemónica de Nueva Izquierda no privilegia la discusión y el debate sino la negociación de puestos, recursos y reglas. En algunos casos no han tratado de democratizar y mejorar el ejercicio de gobierno sino que, por el contrario, a veces incluso han reproducido las peores prácticas de los viejos gobiernos priistas y los abusos de los recientes gobiernos panistas.
Por otro lado, los aciertos que han tenido las izquierdas, porque los ha habido, tampoco ocurrieron de forma aislada y son parte de la prolongada lucha de las izquierdas mexicanas. Desde la corriente histórica que estuvo representada por el esfuerzo de democratización y unificación de varios grupos en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) a principios de los años ochenta; y más tarde en el Partido Mexicano Socialista (PMS) que fue producto del reconocimiento y cohabitación de la diversidad política en las izquierdas. Esa misma corriente histórica que supo identificar el impulso democrático que el movimiento cardenista dio a la oposición en 1988 y que al marcar una ruptura, no sólo política sino también ideológica, con el PRI de aquellos años, ha seguido dando cauce a demandas identificadas con los más débiles y los excluidos. Esos fueron años de adversidad, inequidad, riesgo y persecución política que hoy, pocos se atreverían a enfrentar.
Los esfuerzos de los años ochenta por unificar las izquierdas partían del reconocimiento de las diferencias y de la tolerancia para que diversas organizaciones y grupos de izquierda pudieran participar electoralmente. Esa premisa obligaba a que hubiera discusión, debate, deliberación, coincidencias y divergencias. Vemos con tristeza que con los años esos esfuerzos y esos fundamentos se han desgastado. Las “tribus” del PRD han tomado el aparato del partido para excluir a ciudadanos, no para incluirlos. Exigen tributo a sus dirigentes, en vez de fomentar la discusión y ampliar las coaliciones sobre las que se sostienen. Las consecuencias de la falta de democracia interna del PRD lo mantienen ineficiente al interior, limitan su capacidad de expansión y, más trágico aún, le dificultan la tarea de gobernar. La forma en la que se gobierna un partido a sí mismo tiene efectos sobre la sociedad entera. Un partido autoritario, sectario y poco democrático a su interior, no puede ofrecerle algo muy distinto a la ciudadanía. Vergonzosamente, la revolución democrática no ocurrió ni siquiera al interior del partido.
En lo fundamental, el PRD y su dirección actual también han fallado. Por un lado, no han realizado la muy necesaria autocrítica de su responsabilidad política en el estado de cosas en Iguala y en todo el estado de Guerrero. Tampoco han demostrado una suficiente empatía con las víctimas de Ayotzinapa ni con las familias de los miles de desaparecidos de los últimos años. No han hecho suficiente para exigir justicia ni por evaluar o replantear la estrategia de seguridad de las últimas dos administraciones. Su capacidad para construir una oposición transformadora también se ha quedado corta. Esto es particularmente preocupante en un momento en el que se deben exigir más y mejores cuentas a un gobierno federal al que se acusa de actos de corrupción enormes e inéditos. Aquí lo único responsable es ser oposición.
Por lo tanto, en Democracia Deliberada nos damos una tarea central: por dentro, pero también por fuera de los partidos, buscaremos recuperar la premisa con la que se fundaron los tres proyectos de unificación y movilización anteriores, el reconocimiento de las decisiones colectivas, de la deliberación inteligente y la generosidad de los acuerdos y desacuerdos políticos, para cumplir objetivos compartidos. Queremos recuperar el reconocimiento a las y los ciudadanos que deciden participar no para sacar un beneficio individual, sino para escuchar y hacerse escuchar. Queremos contribuir a que la acción política del PRD y las demás izquierdas, sean cuales sean, tomen un rumbo más igualitario, más sustentable, más abierto, más responsable.
Si el PRD quiere seguir siendo un instrumento útil de estos ideales, deberá refundarse. Sortear la crisis no va a ser suficiente ésta vez. La división que ha provocado y la ineficiencia que ha demostrado están íntimamente ligadas a su gobierno interno, a sus estatutos y a la administración de sus órganos. Debe cambiar de raíz. Por eso le exigimos a la dirigencia del PRD que convoque cuanto antes al Congreso Nacional que ha pospuesto más tiempo de lo estipulado. Por eso conminamos a la militancia a hacer de este Congreso uno crítico y refundador. Estamos conscientes de que el partido ha pasado por procesos similares que no lo modificaron del todo, este proceso deberá innovar en los métodos, comprometerse con la transparencia absoluta del proceso, hacerlo a través de la deliberación pública y optar por votación libre y secreta.
Sin embargo, con o sin el PRD nuestro objetivo es y seguirá siendo construir una izquierda que tome decisiones cuyas consecuencias estén tan claras como sea posible, que las conozcan los ciudadanos y que se lleven a buen fin mediante la acción, supervisión y arbitraje de un Estado fuerte y democrático. Sabemos que un día se tiene que lograr.
La decisión de participar en el PRD, en la izquierda partidista, la tomamos hace casi 3 años y no la tomamos casualmente. Sabemos que hoy tiene un significado distinto al que hubiera tenido hace tiempo. Nuestra evaluación del gobierno panista nos llevó a la conclusión de que el electorado debía castigarlo sacándolo del poder porque no había hecho un buen gobierno y su sostenimiento tendría consecuencias aún más negativas. No lograron tomar decisiones que echaran a andar la economía nacional, ni mejorar de manera sustancial la redistribución del ingreso. En el camino, su estrategia de combate al crimen organizado tuvo consecuencias indeseables en términos de seguridad y violencia. Directa o indirectamente ha creado más víctimas, no menos.
En el caso del PRI nuestra conclusión es similar. Los gobiernos desde los cuales ejerció el poder en el pasado, y desde el cual lo ejerce hoy no presentan evidencia de que sea un partido que haya cambiado. Por el contrario, ahora vemos la profesionalización y renovación de sus peores prácticas. No condenan ni combaten el privilegio, sino que lo ostentan. No reconocen ni respetan los derechos civiles, sino que los ignoran o de plano criminalizan y excluyen a quienes los ejercen. Considerando su propio pasado, la corriente política que representan no ha logrado convertirse en una opción de gobierno que celebre el arribo democrático al poder sino, por el contrario, han aprendido a llegar al poder con instrumentos aparentemente democráticos, para después despreocuparse de la construcción de un auténtico Estado democrático y que le sirva a todos por igual.
Nosotros queremos un PRD y una izquierda deliberadamente democrática. Formar parte del partido y participar en él ha sido también parte de un llamado urgente. Ha sido un llamado a darle la oportunidad de gobernar a una opción de izquierda; a permitirle replicar sus aciertos en todo el país y a que trabaje con los ímpetus transformadores que han vuelto a aparecer en nuestra sociedad. No obstante, hoy lo urgente en la izquierda es otra cosa. Lo urgente es mirar hacia adentro. Lo urgente no es que el PRD gobierne, lo urgente es garantizar la existencia de una organización política de izquierda que sea democrática, que esté lista para gobernar y que compita por el poder con responsabilidad. Nada de eso existe hoy. Debe existir mañana.
Hoy hacemos un llamado urgente a los militantes del PRD y a los simpatizantes de izquierda para que exijamos todos juntos una reforma estatutaria de fondo. Convocar a un Congreso Nacional y a una transformación integral. Ese grito es hoy más obvio, más literal y más trágico que nunca: refundación o muerte. El PRD debe elegir entre cambiar o morir. Si no cambia la muerte será lenta, será una muerte pública, una muerte humillante. Ninguna izquierda merece un final así.

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