lunes, 4 de junio de 2012

Editorial. La jornada 4 de junio de 2012


Descomposición en el Vaticano
E
n lo que va de este año, el Vaticano se ha visto sacudido por filtraciones de documentos confidenciales que hacen referencia a asuntos tan sórdidos como corrupción y malversación de fondos o complots para envenenar al actual pontífice. Como resultado de tales escándalos, la semana antepasada fue destituido Ettore Gotti Tedeschi, hasta entonces presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido popularmente como El Banco Vaticano; el mayordomo de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, se encuentra detenido como sospechoso de haber filtrado los documentos, y la posición política del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano, se ha visto severamente debilitada de cara a la sucesión de Joseph Ratzinger, en tanto cunden rumores sobre una eventual renuncia del pontífice, de 85 años, a su cargo.
Precedidos por una masa de denuncias y señalamientos sobre los abusos sexuales perpetrados por integrantes del clero católico en decenas de países, tales escándalos son sintomáticos de la descomposición que afecta a la dirigencia mundial del catolicismo en lo que parecen ser las postrimerías de la gestión papal de Raztinger. Por una parte, las filtraciones permiten entrever una enconada disputa por el poder ante la próxima sucesión pontificia, para la cual el candidato más fuerte parecía ser el cardenal Bertone, impulsado por el Papa actual; por la otra, es claro que la milenaria opacidad de los asuntos vaticanos, el sofocante autoritarismo que caracteriza la estructura de poder de la Iglesia católica, así como el inocultable alejamiento de Benedicto XVI de las realidades sociales contemporáneas, han confluido en una crisis de consecuencias inciertas para la más antigua institución religiosa de Occidente.
De golpe, los asuntos palaciegos de Roma parecen experimentar una regresión a la sordidez que caracterizó al Vaticano en sus periodos históricos más turbios, como el Saeculum obscurum o pornocracia, que transcurrió en el siglo X, o la era en la que las familias Borgia y Medici se alternaron en el trono de Pedro (siglos XV y XVI), en los que la intriga palaciega era la manera habitual de implantar y destruir pontificados.
Pero tal regresión es sólo aparente. En realidad, la máxima cúpula del catolicismo no ha actualizado en siglos sus lógicas institucionales ni sus mecanismos de formación de autoridades; simplemente, en el curso del XX se limitó a aplicar unas y otros en forma mínimamente decorosa. Pero las estructuras básicas del poder vaticano constituyen un anacronismo que entra en conflicto, obligadamente, con una ética contemporánea dominada por los valores de la democracia, la pluralidad, la diversidad, la tolerancia, la transparencia, la participación y la rendición de cuentas, entre otros. Por ello, el papado resulta, en el contexto del siglo XXI, un reducto del medievo que es campo fértil para las conjuras soterradas, los rumores malintencionados y los golpes palaciegos.
La crisis actual, marcada por lo que parece ser un goteo de documentos confidenciales hacia la opinión pública, así como por una percepción de descontrol y caos, muestra también la acuciante necesidad de modernización y de actualización que experimenta el Vaticano, no sólo en sus mecanismos de acceso al poder, de sucesión y de resolución de conflictos, sino también por cuanto hace a las concepciones teológicas y pastorales anacrónicas, arbitrarias, misóginas y reaccionarias cuya persistencia se ha traducido en una grave pérdida de feligresías en el curso de décadas recientes.

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