¿Si se confirma la muerte de nuestros compañeros, los vamos a enterrar y ya?, pregunta Omar
Debemos buscar que esto sirva para acabar con la violencia en el país, dice un normalista
Lo menos que podemos hacer es crear un clima de deslegitimación del régimen; esto es inaguantable
Protesta en París para exigir la aparición de los 43 normalistas de AyotzinapaFoto tomada de Twitter
Blanche Petrich
Periódico La Jornada
Domingo 12 de octubre de 2014, p. 7
Domingo 12 de octubre de 2014, p. 7
Omar García, de 25 años, guerrerense y estudiante de la Normal Rural de Ayotzinapa, se pregunta:
¿Y qué va a pasar si dentro de poco, ojalá y no, se confirma que los restos encontrados en las fosas de Iguala son de nuestros 43 compañeros detenidos-desaparecidos? ¿Sus padres les van a dar sepultura en el camposanto y ya? ¿Creen que van a poder comprarles su dignidad? ¿Nos vamos a quedar de brazos cruzados?.
Desafiante, continúa:
¿Y qué va a pasar si detienen y sentencian a José Luis Abarca y a sus jefes y cómplices? ¿Nos vamos a desmovilizar? ¿Y si renuncia el gobernador Ángel Aguirre, de qué nos sirve? Eso también puede paralizarnos. Lo que debemos buscar es que nada de eso frene este movimiento, que apenas está tomando impulso.
Omar García responde a sus interrogantes con la intensidad del momento: “Esto que vivimos, con lo doloroso que es, es una oportunidad única de escalar la presión, de lograr una movilización generalizada que trascienda Ayotzinapa, que trascienda Guerrero, que pueda poner fin de una vez por todas a la situación intolerable de violencia e impunidad que está viviendo México desde hace años. Ojalá no la dejemos escapar.
“No lo digo porque me alegre que eso haya sucedido. Lo digo precisamente porque estuve ahí, la noche de Iguala. Oí, sentí, vi la sangre… así, no en salpicaduras ni manchas, en pedazos coagulados, a chorros. Por eso lo digo.”
En entrevista con este diario repite una frase que pesa como una tonelada. Sólo que no es suya, sino algo que repiten, en colectivo, sus compañeros de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, cuando se enfrascan en sus debates y análisis de coyuntura:
Esta es, quizá, nuestra última lucha.
Apenas tiene 25 años, cursa cuarto semestre y quiere ser maestro de campesinos.
Esto de Iguala 2014 es diferente a todas las batallas estudiantiles que ha vivido.
No es una lucha por plazas o presupuesto. No es recibir toletazos o gases lacrimógenos por romper vidrios en un edificio del gobierno. Lo que pasó el 26 de septiembre es algo tan horrible, tan trágico, que deslegitima totalmente al gobierno de Enrique Peña Nieto, por la manera tan brutal de actuar de los policías municipales, por la forma en que el Ejército faltó a su obligación de detener el fuego. Los soldados hicieron todo lo contrario; no tuvieron el menor gesto de asegurar la zona mientras duró la agresión. Y me consta. ¿Por qué el Ejército dejó pasar tres horas entre la primera balacera y la segunda?
Lo primero que me vino a la mente fue Tlatlaya
Sobre lo que vivió esa noche, cuenta que él y otros compañeros llegaron de Tixtla a Iguala, cerca de la medianoche, para rescatar a los estudiantes de primer grado que habían ido a esa ciudad a botear, porque en medio del ataque de los municipales quedaron atrapados e inmovilizados.
Poco después de llegar los refuerzos estudiantiles empezó la segunda andanada de fuego graneado. El Ejército se presentó hasta que pasaron 15 minutos del segundo ataque.
Los soldados prohibieron al médico que atendiera a Édgar
“Pude escabullirme y tomé por la calle Juan N. Álvarez, corriendo, con otros. De pronto vimos a un compañero como agachado, en cuclillas. Era Édgar Andrés Vargas. Tenía un balazo en la boca y estaba perdiendo mucha sangre. Lo cargamos y apenas logramos llegar al hospital Cristina, en esa misma calle. De pronto nos rodearon los soldados. Llegaron cortando cartucho, insultando. Nos trataron con violencia y nos quitaron celulares. Prohibieron al médico de guardia que atendiera a Édgar.
“En ese momento lo primero que me vino a la mente –y estoy seguro de que no sólo a mí– fue Tlatlaya. Era el momento idóneo: 1:30 de la madrugada, solos en un hospital casi desértico. Incomunicados. Pensé: éstos tienen como tres horas para armar todo un escenario, llevarnos y quién sabe qué hacer con nosotros.
Cuando los militares salieron del hospital se quedaron con el herido un maestro y Omar, hasta que pudieron trasladarlo al Hospital General.
Por esa vivencia, Omar García insiste en poner atención no sólo en la agónica espera de 43 familias que ruegan que sus hijos aparezcan con vida, o se les identifique como los cuerpos encontrados en las fosas, en el peor de los casos, sino también en el destino de los heridos y sus tragedias.
Los heridos graves son: Aldo Gutiérrez Solano, por impacto en el cráneo, muerte cerebral, pocas esperanzas. costeño, de Ayutla de los Libres, y Édgar Andrés Vargas, de Oaxaca. No se conoce su evolución reciente.
Estamos demandando que nos entreguen un parte médico con el diagnóstico preciso.
¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?
Para planificar las movilizaciones futuras, Omar propone
ponerse en los zapatos de los padres de los desaparecidos. Ellos son los que una noche, en asamblea, dejaron mudos, ensimismados, a los estudiantes campesinos, cuando les preguntaron:
Nosotros, por nuestros hijos, estamos dispuestos a dar la vida. Y ustedes ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar?.
Se talla la cara con las manos:
Sólo frente a una pregunta así se puede entender la gravedad del momento, la necesidad de escalar las movilizaciones generalizadas, de pensar en vías de desobediencia civil. Y no estamos hablando de rebasar las formas convencionales de lucha; estamos diciendo que lo menos que podemos hacer es crear un clima de deslegitimización o ingobernabilidad para el régimen, porque esta situación es inaguantable en todo el país.
Aclara: “Los de Ayotzi no estamos en condiciones de dictar los métodos de lucha. Este movimiento va para largo. El hecho de que existan testigos y pruebas de que a los 43 compañeros se los llevó la policía municipal crea condiciones favorables para impulsar esa movilización generalizada. Esta es una oportunidad única para acabar con la violencia”.
–¿Por qué dice Omar García que la coyuntura ofrece una oportunidad única?
–Porque la respuesta a la primera convocatoria de protesta, el 8 de octubre, fue muy importante: más 60 lugares en el mundo, en México en 23 estados. Por primera vez tenemos una opinión pública simpatizando con nosotros a escalas nacional e internacional. Y no lo digo porque esté contento de que hayan matado a tres compañeros, desaparecido a 43 y herido a cuatro, sino en el más absoluto ánimo de que esta rabia que sentimos se convierta en un movimiento organizado que comprenda buena parte del país.
–Lo que todos preguntan ¿Por qué ahora? ¿Por qué en Iguala? ¿Por qué 43?
–Mis compañeros dicen, y todos convenimos en nuestra asamblea, que si hubiéramos tenido un rifle en ese momento hubiéramos respondido. Pero nos agarraron sin piedras, sin palos, nada, porque estábamos en una colecta. Fue un uso desproporcionado de la fuerza, desproporcionadisísimo. ¿Qué argumento del Estado justifica esa acción? ¿Echarle la culpa al gobierno municipal, cuando ellos mismos formaron en las autoridades esta mentalidad de estigmatizar, perseguir y criminalizar el movimiento social? Es eso en el fondo…
–Este lunes 20 de octubre se presenta el informe de la Comisión de la Verdad sobre la guerra sucia de los años 70 en Guerrero, pero el pasado miércoles se hizo un homenaje al general Hermenegildo Cuenca Díaz. Según esta lógica, quienes condujeron la guerra contrainsurgente son héroes. ¿Qué piensas?
–Es su versión contra la nuestra. Puede que lo que voy a decir haya quien lo considere como un discurso del pasado. Es la lucha de clases. Para nosotros nuestra lucha es justa, para ellos es injusta. Y para nosotros su represión y su impunidad son injustas; para ellos es justa.
Versión completa en La Jornada en línea http://bit.ly/117GyWU