Mayor optimismo
Octavio Rodríguez Araujo
N
unca es tarde para rectificar. Lo acaba de hacer Cuauhtémoc Cárdenas al decir
Tenemos candidato presidencial en Andrés Manuel López Obrador, y también al levantarle la mano. Un acto de unidad que, a decir verdad, lo estábamos esperando desde mediados del año pasado, por conveniente, por necesario y porque en realidad no son muchas las diferencias entre ambos líderes.
Según nota de Alma E. Muñoz en este diario (7/2/12), Cárdenas Solórzano manifestó en su discurso que la candidatura de López Obrador es una propuesta realizable para el ciudadano que aspira al cambio. Su trayectoria en la vida pública, su candidatura y su propuesta
son y deben ser elementos de cohesión y factores determinantes en la construcción de la mayoría política que se requiere para ganar las elecciones y sobre todo para respaldar una gestión de reivindicaciones nacionales, populares y llevar a cabo un buen gobierno. Y más adelante añadió que están en juego el presente y futuro de México y el de los mexicanos;
apliquémonos a construir la mayoría política que es condición del triunfo electoral.
Para las fuerzas progresistas, como está de moda decir, es un momento de júbilo pues nada bueno se puede obtener de la falta de unidad. La necesitamos para ganar, y debemos ganar para que sea posible la instauración de un nuevo régimen que deje de estar determinado por las políticas neoliberales y elitistas, además de improvisadas, que defienden los partidos de la derecha. Es la hora de los justos, diría el filósofo harto de ver cómo se desmorona un país junto con sus habitantes mayoritarios y empobrecidos.
Dentro de poco tiempo los precandidatos se convertirán en candidatos con plenos derechos para hacer proselitismo e iniciar sus campañas con todas las de la ley, sin restricciones ni obstáculos para acceder a los medios en la promoción de sus imágenes y propuestas. Despegarán las campañas propiamente dichas y ahí veremos de qué cuero están hechas las correas.
Una de las estrategias que más ha calado y que será todavía más efectiva en el futuro inmediato es la de unidad de las fuerzas progresistas y de quienes no ven en el PRI ni en el PAN la reconstrucción del México que requerimos los mexicanos en mayoría. A diferencia de los partidos de derecha, esta estrategia unitaria y renovadora ha sido impulsada con la gente de carne y hueso en las plazas, en las calles y de casa en casa, y no en acuerdos cupulares, corporativos y mediáticos. Pero, además, se trata de una estrategia que no sólo llama a la unidad sino a que ésta sirva para cambiar el modelo de país, de abajo hacia arriba y con un gobierno que ha planteado (el único) el derecho ciudadano a revocar su mandato si no cumple con lo ofrecido en precampaña y campaña. Esto no lo dirían Peña Nieto o Vázquez Mota, pues ninguno de los dos está dispuesto a perder el gobierno y quedarle mal a sus poderosos patrocinadores, tanto públicos como privados. Es evidente que quienes ven en el gobierno un botín para enriquecerse y favorecer a sus amigos y parientes no estarían dispuestos a perderlo por mandato ciudadano, si fuera el caso. Sólo un gobierno auténticamente democrático se la juega con iniciativas como la revocación del mandato.
La propuesta de cambio de un país donde reinan la injusticia y la concentración obscena de riquezas a costa del empobrecimiento creciente de la mayoría de la población, a un sistema más justo y equitativo, es la que favorece y favorecerá la unidad. Así interpreto lo dicho por López Obrador en el acto con Cárdenas:
Yo convoco a sumar esfuerzos para el cambio verdadero que va más allá de sacar al PAN de Los Pinos o evitar que el PRI regrese, lo importante es lograr salvar a la patria de la decadencia en la que vive. En pocas palabras, cambiar el rumbo y construir, entre todos, otro país, al margen de modelos que ya hasta el FMI cuestiona, por improcedentes y porque han provocado crisis inimaginables hace 20 años. Lo que está pasando en Europa no es de broma, y todos los gobernantes de allá saben que lo que viven es producto de políticas neoliberales que adoptaron autoritariamente sin medir las consecuencias para sus pueblos ahora indignados (por justas razones).
El necesario cambio de régimen, que hemos planteado desde que los neoliberales y tecnócratas se adueñaron del poder, no puede posponerse más tiempo sin provocar una catástrofe nacional. Los panistas y los priístas no lo entienden, y no porque sean tontos (aunque los haya incluso entre sus candidatos), sino porque a ellos les ha beneficiado un régimen político que, con apariencia democrática, les ha dado más dividendos que en los tiempos en que se decía
es un ladrón, pero ayuda a la gente, es decir, en los tiempos del viejo priísmo. Ahora ni eso, simplemente se trata de ladrones y todo se lo llevan a su casa o, mejor, a sus cuentas bancarias y a sus negocios mal habidos, normalmente en asociación con capitales extranjeros, igualmente ambiciosos.
Me renace el optimismo (ya de por sí grande), no tanto porque confíe en ciertas corrientes de las izquierdas que tenemos (y padecemos), sino porque, aun a regañadientes, éstas han entendido que sin unidad y mucho trabajo volverán a quitarnos el país las mismas fuerzas que lo han hundido. Faltaba Cárdenas, pero ya está.