En defensa de la UACM
E
l modelo educativo de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) ha estado orientado desde su fundación, en 2001, a combatir la exclusión que actualmente sigue dejando a cientos de miles de jóvenes fuera de los ciclos de enseñanza media superior y superior. Para ello, el Gobierno del Distrito Federal, entonces encabezado por Andrés Manuel López Obrador, planteó y echó a andar un proyecto de carácter incluyente, que partiera del principio de universalidad en el acceso a la educación superior y que operara en entornos de alta concentración poblacional y carencias sociales. Por añadidura, con la creación de la UACM se logró corregir una circunstancia discriminatoria para la capital: el no contar con una institución propia de educación pública superior –como sí ocurría en las demás entidades–; y se dio fin a un ayuno de décadas en la creación de nuevas universidades públicas en el país. No obstante estos elementos, que subrayan la importancia de la UACM en la vida actual de la capital y del país, esa casa de estudios ha padecido múltiples adversidades, desde los cuestionamientos a la necesidad y la viabilidad del proyecto hasta las restricciones presupuestales que ha padecido en años recientes.
En tal contexto, resultan en extremo cuestionables las recientes expresiones de la rectora de esa casa de estudios, Esther Orozco Orozco, sobre el desempeño de la UACM y su comunidad de alumnos y profesores: en el contexto de un evidente e improcedente intento por vulnerar la autonomía de esa institución –no otra cosa es la reciente propuesta de la Comisión de Educación de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal por modificar la ley de la casa de estudios para, entre otras cosas, permitir la relección de rector– la funcionaria cuestionó, a través de un desplegado, el proyecto educativo de la universidad que encabeza; criticó, con base en indicadores cuestionados por especialistas en la materia, la eficiencia terminal y el ritmo de avance de sus estudiantes; lamentó la ausencia de
criterios de productividad, eficiencia, evaluación y calidad educativaen la UACM, y la calificó, en suma, como un
fraude.
Los señalamientos formulados por Orozco Orozco no son nuevos: guardan muchas similitudes con los realizados en otras ocasiones por promotores y voceros del modelo neoliberal para desprestigiar a la propia UACM y a otros proyectos educativos de carácter público. La diferencia es que tales afirmaciones provienen, en esta ocasión, de una funcionaria que participó –en tanto integrante del consejo asesor de esa institución desde su fundación– en la formación de la misma estructura que ahora califica como
fallida. Por otro lado, no parece claro cómo se podrá superar el
estado deplorableen que se encuentra la UACM –a decir de su propia rectora– sin corregir la astringencia presupuestaria a que esa casa de estudios es sometida, inexplicablemente, por la ALDF: es significativo, al respecto, que la rectora Orozco llame enérgicamente a
rendir cuentassobre el uso de los recursos públicos en su universidad –una demanda que es en principio plausible– pero que no defienda con la misma vehemencia la entrega puntual y suficiente de esos recursos por parte de las autoridades correspondientes.
Por lo demás, el pretendido celo profesional e institucional de Orozco resulta cuando menos inconsistente con las acusaciones, presentadas y documentadas por integrantes de la comunidad universitaria, sobre el manejo
faccioso,
discrecionaly poco transparente de los recursos por parte de la actual rectoría. Lo menos que podría esperarse, ante tales señalamientos, es que la funcionaria los esclarezca ante la opinión pública.
Pero lo más grave es que, con las expresiones referidas, la rectora de la UACM se erige en factor de división y de encono al interior de la comunidad universitaria, lo cual transita, sin duda, en sentido contrario del correcto funcionamiento de la propia universidad. Corresponderá a los estudiantes y docentes de esa casa de estudios superar la actual coyuntura con unidad y, sin que ello implique la reivindicación de una educación
autocomplaciente y acrítica–como señala Orozco Orozco–, defender y salvaguardar un proyecto que reviste importancia central para la capital del país.