¡Ni maíz, ni frijol, sólo la Estela de Luz!
Elena Poniatowska
U
na prueba de que hay que confiar en los ciudadanos y en las redes sociales es el caso de las tuiteras. @laguar,@zahazilcarreras y @afroditaopina. que recurrieron a otros tuiteros para llevar víveres al Zócalo el domingo 15 de enero a las 12 del día. En la sierra Tarahumara, una espantosa sequía hizo que murieran seis tarahumaras que viven en poblados desnutridos y apartados como los de Napuchi, Baquiachi, Pasigochi, Wisarorare que son parte de las 95 comunidades tarahumaras en Chihuahua.
Fue tal la presión que los usuarios ejercieron en las redes sociales que la gente se organizó, creó un centro de acopio en el Zócalo y otro en el Claustro de Sor Juana, cuando cayó el aguacero y los víveres empezaron a mojarse.
Un grupo de tuiteros logró que el día domingo 15 de enero adquiriera un sentido memorable, al hacernos volver la vista a la sierra de Chihuahua y reunir despensas. La fundación Telmex ofreció un tráiler para transportar las donaciones a la sierra e instalar allá una planta de agua.
Las redes sociales sirven para que la sociedad se levante y dé auxilio de una manera inmediata. Sería muy bueno darnos cuenta que podemos confiar en nuestra capacidad y mover montañas.
Marina Taibo es una orgullosa tuitera, una joven fotógrafa a quien la policía suele agredir mientras trabaja:
No puedes tomar esa fotografía, aquí no se vale sacar fotos. ¡Lárgate con tu cámara, si no te la quitamos!
Marina Taibo y cinco tuiteros más lograron hacer lo que no hizo el gobierno de Chihuahua ni mucho menos el de la ciudad de México. Mientras se inauguraba en nuestra ciudad, frente al bostezo de los leones de piedra de Chapultepec, una estela de luz que costó mil millones de pesos, seis indígenas morían en la sierra Tarahumara por las consecuencias de una de las peores sequías de la historia.
Con esta acción de cinco mujeres sentadas cada una frente a su computadora, queda demostrado que los mexicanos somos aptos para salvarnos a nosotros mismos sin el gobierno como quedó comprobado en el terremoto de 1985, cuando muchos habitantes de nuestra ciudad tuvieron las agallas de las que carecen nuestros gobernantes.